martes, 21 de octubre de 2008

El jarrón y la grulla

Un jarrón que no guardaba agua, sino sangre, decidió resquebrajarse y derramar lentamente su noble contenido al suelo. Una grulla, que pasaba volando sobre el patio, vio la mancha roja en el piso y se sintió atraída a ella por su color y su forma. Mientras descendía, se percató de que el jarrón estaba herido y se iba escapando cada vez más rápido el valioso líquido. Se sintió obligada a hacer algo, pero llegó una lechuza y le advirtió que no lo hiciera.

_La sangre no debería estar derramándose. ¿Por qué no puedo ayudar? _dijo la grulla.
_Porque el hurón es el dueño de ese jarrón, y si él le ordenó quebrarse, entonces está bien. _respondió la lechuza.
_Pero al hacer eso el jarrón contradice su propósito. No fue creado para derramar su contenido, sino para conservarlo. _ expresó la grulla.
_Lo se, pero el hurón lo quiere así y al jarrón parece gustarle. _finalizó la lechuza.

La lechuza se quedó inmovil, mirando a la grulla fijamente. La grulla clavó la vista en el suelo y observó la sangre que avanzaba con lentitud. Cuando sus patas y la sangre hicieron contacto, derramó una cálida lágrima en ella, lamentando su incapacidad por ayudar. Al caer la segunda lágrima, la grulla decidió marcharse. La lechuza no le quitó la vista de encima en ningún momento, y tampoco se movió del lugar en el que había estado.

Desde el cielo la grulla miró una última vez la escena. Se sorprendió al ver la sangre derramada. Ya no era una mancha cualquiera: era más bien el esbozo de una grulla. Justamente donde habían caído las lágrimas era el lugar que correspondería a los ojos. Su cuerpo se estremeció, y no pudo evitar sonreír; la última sonrisa antes de volar de nuevo al insondable horizonte.


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