viernes, 28 de noviembre de 2008

Encierro doloroso de muerte eficaz

Dejarás todo en orden antes de partir, pero invariablemente sentirás que te olvidas de algo. Aún así te marcharás. En la primer noche que pases fuera de la que fue tu cama por varios años te darás cuenta de lo que has dejado atrás. Entonces el suelo desaparecerá y caerás a uno de los tantos vacíos que existen, uno en el que jamás habías estado, uno del que me será imposible sacarte.

No es como los otros puesto que jamás te acostumbrarás a él. Simplemente sentirás que el oxígeno se vuelve más escaso a cada instante y que tu cuerpo pedirá a gritos que le libres del dolor. Conocerás de cerca al miedo y él acariciará tu rostro, te provocará la más funesta repulsión y empezarás a llorar. No te sentirás mejor al derramar tus lágrimas porque serán como ácido que quemará tus mejillas y tu pecho.

Te darás cuenta en ese momento que a lo largo de tu vida habías ido construyendo con aplomo ese lugar de sacrificio. Intentarás atravesar los muros oscuros mientras sigues cayendo, pero sentirás que estos se alejan mientras tu te acercas. Ese es el precio de la indiferencia, el seguro que diseñaste para no escapar a tu encierro.

Conforme caes la luz se irá volviendo más tenue hasta que desaparezca por completo. Para este punto toda tu conciencia estará deshecha y sólo un pensamiento cruzará por tu maltrecha mente: sabrás que tu trampa es infalible y sólo te quedará morir. ¿Que cómo todo eso? Pues, se todo esto porque de tus labios lo escuché directamente; me lo dijiste en el día más frío del último verano en el que nos vimos.