viernes, 23 de mayo de 2008

El juego que no termina

Aquel día dije que no correría, y de repente me hiciste cambiar de opinión. No supe con exactitud cuando fue que pasó. He tratado de seguirte pero, aunque vaya despacio o muy rápido, es imposible alcanzarte. Ahora me siento sobre el césped a descansar, y me rodea el silencio. A lo lejos escucho una multitud que va corriendo por el mismo camino donde yo lo hacía hace unos momentos, momentos que llamaré meses.

No tiene caso seguir esa multitud, nunca ha tenido caso hacerlo y menos tratándose de mí, así que regresé caminando en sentido contrario tratando de volver al pasado. Supuse que encontraría la calma al regresar, pero no fue así. De repente apareciste enfrente de mí, en sentido contrario hacia donde te estaba siguiendo anteriormente. Me llamaste y me invitaste a continuar, pero ya era suficiente: el seguirte había perdido todo propósito y significado.

Me salí del camino y me volví a sentar sobre el césped; te quedaste ahí y me sorprendió lo que ví y lo que no escuché: eras, sin duda, la fuente del silencio que me rodeaba. Entonces pronunciaste esas palabras que se quedarían grabadas en mi propia eternidad, sentenciando mi existencia a un nimio juego de vanidad. Un juego eterno que parece no tener final.

P.D. La libertad y la felicidad no son compatibles en tu mente.

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