miércoles, 18 de noviembre de 2009

La ventana, el viento y la ausencia de la Luna

Trató de fijar su mirada en su sonrisa, y encontró unos ojos esquivos y tristes. La sonrisa se acentuó, pero a la vez fue evidente su falsedad. Intentó mantener la mirada, pero la radiante luz que emanaba de su cara le hizo apartar sus pupilas al suelo. Ambos respiraron un momento los mismos sentimientos e intenciones, aunque, luego de esos segundos, volvieron a su propia oscuridad, a la que algunas veces llamaban errores y otras veces ingenuidad.

Él tomó entonces ocho estrellas del cielo y recordó su origen antiguo, y con ellas trazó un mapa de luz que grabó en su conciencia. Se propuso entonces seguirlo y llegar hasta el final, convencido de que encontraría entonces algo más valioso que su propia felicidad, algo que sólo podía compararse con ver de frente a una divinidad. De tan solo imaginarlo se le heló la sangre.

Entonces él se dejó llevar y, cerrando los ojos, se puso a volar. Llegó a su ventana y posó su mano sobre el cristal. Ella estaba dormida. No quiso despertarla, aunque se preguntó si debía hacerlo. A fin de cuentas era una ocasión excepcional. Tocó el cristal suavemente y la llamó por su nombre. Cuando ella abrió los ojos la magia pareció terminar. Él intentó aferrarse para no caer, para al menos hablar un sólo segundo, pero fue demasiado tarde. Las obligaciones de ambos los hicieron alejarse y la sangre se volvió tibia de nuevo. Ella creyó que sólo había sido un sueño.

Él abrió los ojos y se sintió aturdido. Su corazón latía violentamente y sintió su cuerpo adolorido. Estaba solo en la negrura de la noche, con el mapa que había trazado ahí delante. Había tenido otra de esas visiones, más habituales día con día, pero con interpretaciones cada vez más vagas y confusas.

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