viernes, 20 de noviembre de 2009

Huída

Habiendo disfrutado de un mundo confortable durante la mayor parte de su vida, decidió salir y perderse. No es que quisiera ir a algún lugar en específico, simplemente no quería quedarse en donde estaba. En cuanto pisó la calle, corrió y corrió hasta donde sus energías y su voluntad le permitieron llegar. Mientras corría, escuchaba al viento susurrándole insultos con agresivos seseos. Los aguijones de la noche se le clavaban en la piel, desgarrando levemente su carne, menguando su desesperación, haciendo más violentos los latidos de su corazón.

Cuando ya no pudo más, cayó de rodillas al suelo abrigado por la luz de una Luna amarillenta. Sangre y sudor eran una misma cosa en su piel y se deslizaban gota a gota por su rostro. Sus jadeos, sin embargo, no denotaban desesperación, y poco a poco su respiración se fue acompasando. Las palabras del viento aún retumbaban en sus oídos, y cada vez se escuchaban más agudas, más cortantes, más hirientes. Lo soportó tanto como pudo haciendo acopio de sus últimas fuerzas, hasta que fue inevitable que lanzara un grito al cielo.

Aquel grito significaba todo lo que él significaba. Era tanto su frustración como su entusiasmo, tanto su alegría como su dolor. Aquel grito era su propia vida, y la entregó a la noche sin tener miedo de nada.

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