En una conversación múltiple, el 13 de Enero de 2010, llegó un momento en el que nadie me respondió y me puse a hablar solo. Esto fue el resultado:
— Mientras el Caballo está ausente, Galerías está tomando un mostrador (taking a shower), Dulce se ha ido y Poul no contesta… ¡genial! ¡Es hora de quedarme a hablar solo!
— Creo que me contaré una historia, si no me molesta.
— No, claro que no… adelante, comienza la historia.
— Pues bien, había una vez un calcetín…
— ¿Con rombos?
— No, este calcetín no tenía rombos.
— Buuuuuu.
— Pero sí era chileno, no te preocupes.
— ¡Yeeeeeeeeei!
— Al principio, porque luego emigró al norte de su continente y se nacionalizó colombiano.
— ¿A dónde quieres llegar?
— A Miami, pero primero hay que conseguir la coca en Colombia.
— Ah, pero en Miami también hay coca… ¡y muchísima!
— ¿En serio?
— Sí, ¿qué no viste nunca Scarface?
— ¡Ah, cierto! La última escena, donde Tony adquiere superpoderes por la montaña de coca en su escritorio.
— Así es.
— Bueno, entonces no tiene caso pasar a Colombia.
— Sí, mejor comienza la historia otra vez.
— Bueno, había una vez un delfín…
— ¿De Miami?
— Claro, ¿de dónde más son los delfines?
— Tienes razón.
— Bueno, como iba diciendo, había una vez un delfín de Miami…
— Cuando dices "delfín de Miami", ¿te refieres a un delfín delfín o a un jugador de fútbol americano?
— Pues desde luego que a un jugador. ¿Cuándo has visto un animal delfín aspirar coca?
— Bueno, nunca… pero eso no quiere decir que no puedan. Probablemente un alma caritativa algún día se acerque a la orilla de un acuario y le lleve un poco de coca al delfín.
— ¿Qué te imaginas que pasaría si se la metiera?
— ¿Sería un delfín hiperactivo?
— Pues no lo sé, por eso te pregunté qué era lo que imaginabas… pero bueno, ¿en qué estaba?
— En "un delfín de Miami", no has pasado de ahí. Eres pésimo para contar historias, ¿sabes?
— Pues no se puede avanzar si tienes a alguien que interrumpe todo el rato.
— ¿Quién?
— ¿Cómo que quién? ¡Pues tú!
— ¿Yo? ¡Pero si yo soy tú!
— ¿Que yo soy tú?
— No, no. Tú eres yo, ¡no me confundas!
— Bueno, dejaré de confundirte. ¿Quieres que te cuente una historia sí o no?
— Ní. So. Hmmm, como quieras.
— Bueno, aquí va. Había una vez un delfín de Miami…
— Oye, ¿no puede ser mejor un bronco de Denver?
— Hmmm, pues si a esas vamos, ¿no quieres de una vez que sea un gigante de Nueva York?
— ¡Ay, no mames! Eso suena muy fantasioso, ¿cómo gigantes en Norteamérica? Estábamos con animales, ¿no?
— Ok, pues… Había una vez un bronco de Denver, era de color…
— Colorado.
— ¿Eh?
— Sí, que el bronco de Denver tiene que ser colorado.
— ¿Por qué? ¿Sólo porque están en Colorado? Pues, por si no lo sabías, el bronco de esta historia era blanco, como el escudo de los broncos de Denver.
— ¡Ay, sí! ¡Ay sí!… ¡No quiero oír la historia de la mascota de un equipo de fútbol americano!
— Bueno, ¿y qué tal de una mascota de un equipo de fútbol soccer?
— Nah, la verdad no me interesan los deportes, solamente las historias.
— Entonces, ¿qué te gustaría escuchar?
— ¿Por qué no me cuentas cómo ocurrió la colonización de la Antártida?
— ¿De qué carajos hablas? ¡La Antártida jamás fue colonizada!
— ¡Agh! Ahí vas otra vez de aguafiestas, ¿no entiendes el concepto "ficción"?
— Ya, está bien. Te contaré la colonización de la Antártida. Hace mucho tiempo…
— ¿Hace mucho tiempo cuando fue? ¿Antes de Jesucristo?
— ¡Agh! Bueno, en 1937, un marino británico llamado Sir Ethan Waybourne, que había servido al Imperio Británico en Australia, decidió…
Y ahí se acabó la historia, porque Caballo dijo:
«Leería todo esto, pero mejor no. Tengo mucho sueño. Descansaré un rato antes de ir al cine».